Aún recuerdo cuando en la campaña del 2000, el candidato del PRI a la presidencia de la república proponía la enseñanza del inglés y computación en todas las escuelas de educación básica en el país. No dudo de las buenas intensiones que en su momento planteaba el candidato, de lo que dudo es de las formas en que se quieren implantar a los modelos educativos.
Lo que se proponía, en concreto, es a lo que muchos llaman la inclusión digital. Otros dicen que se trata de reducir la brecha digital en que vivimos, es decir, democratizar –a todos los sectores de la población- el acceso a la tecnología y a los equipos productos de ésta revolución. No obstante, existen razones para que la propuesta en la práctica no se pueda operar -como muchos de los planes- sin una reforma estructural de base.
Sólo por mencionar, hace unos días en una plática sostenida con un especialista en el tema de la informática, comentaba la importancia de saber usar una computadora. En efecto, ser analfabeta ya no es sólo no saber y escribir, también puede ser si no se sabe inglés y mucho más ahora si no se conoce la herramienta tecnológica como la computadora.
El desconocimiento de los dos últimos factores -sostienen muchos- contribuyen para que en pleno siglo XXI se formen un nuevos sectores de rezago. Por un lado, quienes no conocen el idioma inglés tienen menos posibilidades de acceder a un trabajo cuando se trate de competir por ello.
Por la otra, con la popularidad de las computadoras y el uso de los mismos en negocios, escuelas y el trabajo, es sin duda, un factor que contribuye en la creación de nuevos analfabetas e ignorantes.
Sin embargo, el problema que se presenta tanto de llevar inglés como computación a las escuelas y más a las comunidades, se presenta por una causa principal y única. No hay docentes con el conocimiento de ambas. Muchos de ellos se reúsan en adentrarse en el mundo tecnológico principalmente.
En México, donde el modelo educativo es instructivo y no formativo, donde importa más un cuerpo que soporte datos y conocimientos, donde se castiga el error y se otorga un trofeo al más “inteligente”, no se dimensiona el papel social de la educación, pocos ven en la disciplina, el orden y la iniciativa un elemento diferenciador. Importa que el emisor implante conocimiento en un receptor y le concede una calificación por su desempeño.
En este sentido, la inclusión digital resulta menos posible socializarla. Se requiere de metodologías claras, hacer énfasis en la herramienta no en los contenidos. También de un cuerpo docente capacitado y dispuesto a aprender de los alumnos. No obstante, es una reforma que no debe postergarse.
Es importante dimensionar el sentido social de lo tecnológico, más aún el impacto en las futuras generaciones y en las presentes. De las generaciones pasadas es imposible casi. De no promover éstas herramientas, México no sólo será un país de pobres, de analfabetas que no saben leer ni escribir. También será un país de analfabetas que no saben computación.
Darle un sentido social a la tecnología implica democratizarla, incluir a los jóvenes, a los niños y niñas, principalmente indígenas. Sería inconcebible un país donde, además de hablar una lengua indígena y ser pobre, se le discrimine doblemente por no conocer siquiera la existencia de las herramientas tecnológicas.
Lo que se proponía, en concreto, es a lo que muchos llaman la inclusión digital. Otros dicen que se trata de reducir la brecha digital en que vivimos, es decir, democratizar –a todos los sectores de la población- el acceso a la tecnología y a los equipos productos de ésta revolución. No obstante, existen razones para que la propuesta en la práctica no se pueda operar -como muchos de los planes- sin una reforma estructural de base.
Sólo por mencionar, hace unos días en una plática sostenida con un especialista en el tema de la informática, comentaba la importancia de saber usar una computadora. En efecto, ser analfabeta ya no es sólo no saber y escribir, también puede ser si no se sabe inglés y mucho más ahora si no se conoce la herramienta tecnológica como la computadora.
El desconocimiento de los dos últimos factores -sostienen muchos- contribuyen para que en pleno siglo XXI se formen un nuevos sectores de rezago. Por un lado, quienes no conocen el idioma inglés tienen menos posibilidades de acceder a un trabajo cuando se trate de competir por ello.
Por la otra, con la popularidad de las computadoras y el uso de los mismos en negocios, escuelas y el trabajo, es sin duda, un factor que contribuye en la creación de nuevos analfabetas e ignorantes.
Sin embargo, el problema que se presenta tanto de llevar inglés como computación a las escuelas y más a las comunidades, se presenta por una causa principal y única. No hay docentes con el conocimiento de ambas. Muchos de ellos se reúsan en adentrarse en el mundo tecnológico principalmente.
En México, donde el modelo educativo es instructivo y no formativo, donde importa más un cuerpo que soporte datos y conocimientos, donde se castiga el error y se otorga un trofeo al más “inteligente”, no se dimensiona el papel social de la educación, pocos ven en la disciplina, el orden y la iniciativa un elemento diferenciador. Importa que el emisor implante conocimiento en un receptor y le concede una calificación por su desempeño.
En este sentido, la inclusión digital resulta menos posible socializarla. Se requiere de metodologías claras, hacer énfasis en la herramienta no en los contenidos. También de un cuerpo docente capacitado y dispuesto a aprender de los alumnos. No obstante, es una reforma que no debe postergarse.
Es importante dimensionar el sentido social de lo tecnológico, más aún el impacto en las futuras generaciones y en las presentes. De las generaciones pasadas es imposible casi. De no promover éstas herramientas, México no sólo será un país de pobres, de analfabetas que no saben leer ni escribir. También será un país de analfabetas que no saben computación.
Darle un sentido social a la tecnología implica democratizarla, incluir a los jóvenes, a los niños y niñas, principalmente indígenas. Sería inconcebible un país donde, además de hablar una lengua indígena y ser pobre, se le discrimine doblemente por no conocer siquiera la existencia de las herramientas tecnológicas.
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