Desde el 7 y hasta el 18 de Diciembre de 2009, mandatarios de 192 de los principales países del mundo discutirán y analizarán la crítica situación ambiental que atraviesa el planeta tierra. La cita es en Copenhague, Dinamarca.
La XV Cumbre Mundial sobre Cambio Climático, tiene como objetivo materializar acciones en dos sentidos. Por un lado, es imperante impulsar y vigilar el cumplimiento de los compromisos para reducir los Gases de Efecto Invernadero (GEI), principalmente de los países industrializados como EE. UU, China, Japón, Brasil, entre otras, contenidas en el Protocolo de Kyoto de 2005. Por la otra, se deben lograr compromisos a corto, mediano y largo plazo para reducir los contaminantes (CO2) y revertir los daños causados por los GEI que han provocado alteración en el clima mundial.
Ante este panorama, es necesario revisar algunos antecedentes para proyectar una posible ruta hacia el final de la cumbre. El primer llamado internacional se da en 1972 (Cumbre de Estocolmo, Suecia), hacia 1987 se acuña el término “desarrollo sostenible” que hace referencia en la necesidad de modificar el modelo de desarrollo y la evidente obligación en cambiar el esquema de aprovechamiento de los combustibles fósiles, hacia otros más amigables con el planeta. Esto último con el objetivo de garantizar a las siguientes generaciones una calidad de vida sin comprometer los recursos naturales.
Hacia 1992, la Cumbre de Río (Brasil) produjo un reconocimiento más amplio de los compromisos. En primer lugar, el reconocimiento oficial de que la problemática ambiental está ligada a otras problemáticas como las económicas, sociales y culturales. De ello, se produjo la Agenda 21 que compromete a los países firmantes en poner en marcha un modelo de desarrollo sostenible que implique la integración de diferentes sectores.
En 2002, la Cumbre de Johannesburgo (Sudáfrica) no fue más que trámite y pasarela. Copenhague esta a 37 años de distancia de Estocolmo, a 22 años de haberse acuñado el “desarrollo sostenible”. Los resultados están a la vista, mayor alteración de los ciclos del clima, desaparición de cientos de especies, mayor cobertura vegetal deforestada, incremento en los niveles del océano, derretimiento de los polos, mayor superficie desértica. Por si fuera poco, falto de políticas restrictivas para el aprovechamiento de combustibles fósiles y, escaso apoyo para implementar energías alternativas. De lo último, hay una discusión seria pero con intereses fuertes que le impiden trascender.
Pese a lo cotidiano que se ha convertido convivir con los efectos del cambio climático, aún podemos observar un “tortuguismo” hacia políticas globales para un nuevo modelo de desarrollo.
Sigue, pues, siendo un gran negocio contaminar el planeta y para revertir los daños sus costos quieren ser traslados a un costo social pagado por toda la humanidad. Copenhague, lejos de los datos que se manejarán para convencer a los mandatarios para reducir sus contaminantes, es un paso lento a un planeta que de prisa nos cobra la factura.
Finalmente, la visión económica producto de la globalización –en su versión devoradora y acaparadora- no da espacio a la idea que nuestro planeta tiene sus límites. Esperemos que las expectativas sean cumplidas y finalmente tanto EE. UU., como China retornen con un compromiso real al menos de reducir al 30% sus contaminantes.
La XV Cumbre Mundial sobre Cambio Climático, tiene como objetivo materializar acciones en dos sentidos. Por un lado, es imperante impulsar y vigilar el cumplimiento de los compromisos para reducir los Gases de Efecto Invernadero (GEI), principalmente de los países industrializados como EE. UU, China, Japón, Brasil, entre otras, contenidas en el Protocolo de Kyoto de 2005. Por la otra, se deben lograr compromisos a corto, mediano y largo plazo para reducir los contaminantes (CO2) y revertir los daños causados por los GEI que han provocado alteración en el clima mundial.
Ante este panorama, es necesario revisar algunos antecedentes para proyectar una posible ruta hacia el final de la cumbre. El primer llamado internacional se da en 1972 (Cumbre de Estocolmo, Suecia), hacia 1987 se acuña el término “desarrollo sostenible” que hace referencia en la necesidad de modificar el modelo de desarrollo y la evidente obligación en cambiar el esquema de aprovechamiento de los combustibles fósiles, hacia otros más amigables con el planeta. Esto último con el objetivo de garantizar a las siguientes generaciones una calidad de vida sin comprometer los recursos naturales.
Hacia 1992, la Cumbre de Río (Brasil) produjo un reconocimiento más amplio de los compromisos. En primer lugar, el reconocimiento oficial de que la problemática ambiental está ligada a otras problemáticas como las económicas, sociales y culturales. De ello, se produjo la Agenda 21 que compromete a los países firmantes en poner en marcha un modelo de desarrollo sostenible que implique la integración de diferentes sectores.
En 2002, la Cumbre de Johannesburgo (Sudáfrica) no fue más que trámite y pasarela. Copenhague esta a 37 años de distancia de Estocolmo, a 22 años de haberse acuñado el “desarrollo sostenible”. Los resultados están a la vista, mayor alteración de los ciclos del clima, desaparición de cientos de especies, mayor cobertura vegetal deforestada, incremento en los niveles del océano, derretimiento de los polos, mayor superficie desértica. Por si fuera poco, falto de políticas restrictivas para el aprovechamiento de combustibles fósiles y, escaso apoyo para implementar energías alternativas. De lo último, hay una discusión seria pero con intereses fuertes que le impiden trascender.
Pese a lo cotidiano que se ha convertido convivir con los efectos del cambio climático, aún podemos observar un “tortuguismo” hacia políticas globales para un nuevo modelo de desarrollo.
Sigue, pues, siendo un gran negocio contaminar el planeta y para revertir los daños sus costos quieren ser traslados a un costo social pagado por toda la humanidad. Copenhague, lejos de los datos que se manejarán para convencer a los mandatarios para reducir sus contaminantes, es un paso lento a un planeta que de prisa nos cobra la factura.
Finalmente, la visión económica producto de la globalización –en su versión devoradora y acaparadora- no da espacio a la idea que nuestro planeta tiene sus límites. Esperemos que las expectativas sean cumplidas y finalmente tanto EE. UU., como China retornen con un compromiso real al menos de reducir al 30% sus contaminantes.
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