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Haití y la pedagogía del desastre

A más de un mes de haberse llevado a cabo la reunión de Copenhague sobre cambio climático, el terremoto que devastó Haití es una lectura más de alerta mundial sobre los efectos de los cambios radicales que sufre el planeta.

Las dimensiones del desastre en el país caribeño son cuantiosas; materialmente el daño es incalculable, la inseguridad pública ha producido problemas sociales que llevan a la lucha por la comida y el agua sin que el gobierno haitiano intervenga, claro, pues también el sistema de gobierno ha desaparecido momentáneamente.

En términos ambientales y económicos, el mensaje de alerta se emite a nivel mundial, principalmente en zonas sísmicas como Michoacán, Guerrero, Oaxaca y el centro de México. Es, además, un ejemplo claro y prueba fehaciente para aprender de nuestro errores, principalmente quienes en carne propia han vivido esta terrible experiencia. Para quienes hemos visto la tragedia a través de los diferentes medios de comunicación e información, es quizás, un mensaje que no cobrará tanta dimensión.

Los haitianos – y todos los seres humanos-, de éste lamentable suceso deberemos entender que sólo es posible aprender a partir de nuestras propias experiencias, desafortunadamente el aprendizaje se produce a mayor velocidad cuando proviene experiencias desastrosas. Este esquema, llamado como la pedagogía del desastre, parte de la premisa que el hombre sólo aprende a partir de experiencias malas.
Lo anterior, de momento afirma la tesis de que nadie experimenta en cabeza ajena. Es además, una prueba lamentable de la ineficiencia del poder público para ordenar y regular el crecimiento urbano. ¿Los mexicanos deberemos esperar a través de ésta manera un nuevo terremoto como el de 1985? ¿Hay que esperar un nuevo huracán como Paulina en Oaxaca en 1997?

El desastre en Haití es entonces, una lección más que debería ir más allá de la ayuda humanitaria, que sólo resuelve una consecuencia, más no, el problema de raíz.

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